Las Hijas de la Caridad de San Vicente y su colegio de la Sagrada Familia (I)

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Hijas de la Caridad

Las Hijas de la Caridad han llevado a cabo siempre en el mundo una benemérita labor

Me piden en esta casa y me lo piden las circunstancias que escriba un artículo sobre las Hijas de la Caridad y su colegio nazareno de la Sagrada Familia. Y grande es la vinculación de mi pueblo y mía propia con la que ellas llaman la Compañía. Cierto, cuatro mujeres de mi familia han pertenecido a esta singular familia religiosa aunque una dejó de pertenecer a ella.  Por mi padre citaré a Sor Francisca Sánchez, prima segunda de mi abuela María, que la trató y recordaba mucho y que daba clases en un colegio cántabro de niñas más bien adineradas o, por lo menos, eso contaba mi abuela. Aquí como en muchos casos tengo que echar mano al trabajo de campo y a la tradición oral. Desde luego era una hermana de unos tiempos que se nos antojan remotos, sobre todo teniendo en cuenta que mi abuela nació en 1892. Por mi madre mi tía Sor Josefa Madueño Caro, tía carnal de mi abuelo Antonio y, según la tradición hasta ahora no desmentida, la primera hija de la Caridad de Dos Hermanas, y que dejó una imborrable memoria, que yo y otros de la casa nos ocupamos denodadamente de transmitir, en mi familia y en Antequera, donde vivió y trabajó  en su hospital de San Juan de Dios y fue ángel de la Caridad a pesar de sus virtudes y sus defectos o posiblemente por ambas causas. Por último está mi tía, hermana de mi madre que siguió en la familia la estela de Sor Josefa. Como ven, tengo razones familiares para hablar con mucho, con muchísimo cariño, de la Compañía y de las hermanas que forman parte de ella. Además, lo más importante, y por lo que más las aprecio no son por mis vinculaciones familiares. No. Es por el trabajo que hacen con los más desfavorecidos de la sociedad tanto material como espiritualmente.

Pero debo pasar ya a su historia. Nace esta sociedad de vida apostólica en 1663 en París en unos tiempos muy malos para Francia. Fue fundada por dos grandes ángeles, en sentido figurado claro está, por dos grandes heraldos, por dos grandes gigantes de la Caridad como fueron San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac. Nace el primero en Pouy en el obispado de Dax de las Landas de Burdeos cerca de los Pirineos en 1580 o 1581 aunque su gran biógrafo contemporáneo Monseñor Luis Abelly, obispo de Rodez, lo hace nacer en 1576. Vino al mundo en una familia de humildes labradores. Sus padres se llamaban Juan de Paúl y su madre Beltrana de Moras y, no obstante, su sencillez y humildad poseían una casa y unas pequeñas heredades. En cambio, eran seguramente eran más ricos en bienes espirituales, que son, en el fondo, los que valen como de todos debe ser sabido. Eran pues, personas devotas y virtuosas pues no de otra manera hay que entender que vivieron “con gran inocencia y rectitud” como nos dice su primer biógrafo. Sin embargo parece ser que el padre al ver los dones que Dios había derramado sobre el niño pensó en llevarlo a estudiar meditando también, en su sencillez que, siendo una persona culta y letrada, podía ayudar a su pobre familia como lo había visto en el caso de un prior. que con las rentas de su beneficio ayudaba de la misma forma a su gente, como se diría en nuestro pueblo.. Y es que el nepotismo no sólo era plaga en los estratos más altos de la Iglesia como el papado –a pesar de la grandeza y santidad que los papas derrocharon y derrochan después de Trento- sino también en estratos inferiores. Vemos, así, al joven Vicente estudiando en los franciscanos de Dax. De allí pasó a preceptor de los hijos del señor Comet que se había enterado por el guardián de los franciscanos de la valía del alumno. A lo que se ve este caballero francés lo indujo a seguir la carrera sacerdotal. Pero no voy a seguir hablando de la biografía de San Vicente porque para ello existen muchas, complicadas y completas, aparte de ser de primera mano como la de Monseñor Abelly, o mucho más sencillas. Hasta existen comix que te introducen mucho en la vida, obras y milagros de tan importante santo. Sólo diré que Vicente, como buen cristiano, sirvió a los pobres…y a los ricos aunque ha pasado a la historia por el innegable, incalificable y denodado servicio que hizo a los primeros. Aparte hay que decir que ejerció la cura de almas  -y no me refiero, en absoluto, a sólo la cura de almas en la vida parroquial como incluso podría entenderse en su época- de todas las formas inimaginables pues fue capellán de la rica familia Gondi, párroco de Clichy, capellán general de galeras –siendo los galeotes indudablemente los más pobres entre los pobres-, fundador de seminarios para eclesiásticos, defensor de los niños abandonados por la sociedad –más que por sus madres pobres-, atendió a los pobres en el campo, cuidó los siempre tan necesitados conventos de monjas, predicó la verdadera fe católica entre lo que entonces se llamaba herejes –concretamente hugonotes calvinistas- y hoy, indudablemente con mejor criterio, hermanos separados. Era, pues, un eclesiástico completo, ejemplo para sacerdotes de todos los tiempos, del suyo y de los que vinieron, que se proyecta, hoy, en pleno siglo XXI, que ve tantos cambios, como luminaria a seguir en los difíciles momentos que ha vivido, vive y seguramente vivirá la humanidad, aunque nos queda la esperanza, la fe y la caridad cierta de que acabaran bien, muy bien, pues para eso tenemos la promesa de Cristo. No me cabe como historiador la menor duda.

En fin, hay que centrarse ya en las dos grandes obras de Vicente de Paúl . Por una parte la Congregación de la Misión, los Lazaristas por su Iglesia parisina de San Lázaro, los que hoy se suelen conocer por el apellido del mismo Vicente, los Paúles. Nacen en París en 1625 y reciben la aprobación pontificia en 1633. Son, como es sabido, una sociedad de vida apostólica de clérigos seculares que viven vida común. No es el momento de explicar la diferencia entre lo anterior y el clero secular de parroquias puro y duro o las órdenes y congregaciones religiosas. Quien quiera saber, ya lo he dicho en ocasiones, que vaya a Salamanca.  Se dedican a lo que su nombre dice: a misionar a  todos y en todas partes. Y así han hecho en Europa y en otros continentes, destacando y mucho en sus principios su labor en la isla africana de Madagascar. En unos tiempos en que, afortunadamente, reverdecen las misiones en Dos Hermanas después de una época de confusión y oscurantismo en que se abandonó este método, como, también sucedió en otros lugares por celotipia o simplemente insensatez y desconocimiento, hay que valorar de nuevo la figura de San Vicente y sus hijos en esta lucha por evangelizar al pueblo, al clero y a los pueblos. Eso por no decir a la nobleza, estado que parece fuera de lugar en una sociedad que ya no parece ni de clases -aunque muchos sostengan todavía esta terminología que parece ya bastante obsoleta, como todo- pero que en tiempos pasados también necesitaba de una evangelización y profunda. . Desde luego los tiempos de San Vicente eran muy malos y más en Francia con una falta notable de virtud y disciplina del clero, pobre materialmente también en muchos aspectos aunque, como siempre,  también brillaba en él la santidad, con los abusos de los poderosos hacia los pobres, con la ignorancia y la pobreza lacerante de éstos. Así se ve en reinados como el de Enrique III,  Enrique IV, Luis XIII y Luis XIV  en los que vivió nuestro hombre muerto en 1660.

Pues bien San Vicente en colaboración con Santa Luisa de Marillac en 1663, como ya dije antes, funda en París otra Compañía, la de las Hijas de la Caridad, seglares que, consagradas en cuerpo y alma a Dios y a los pobres, atienden las muchas necesidades de su tiempo –y de todos los tiempos como se ha visto repetidamente a lo largo de la Historia- sin tener que vivir sujetas a las limitaciones de la vida claustral y de la misma clausura, más propia desde luego para la vida contemplativa que para la activa. La nueva familia religiosa fue aprobada por Roma en 1668 y responde a las exigencias del mundo dando una respuesta novedosa –todavía hoy lo parece a pesar del paso inexorable del tiempo- a las exigencias de su época. San Vicente y Santa Luisa logran con su nueva Compañía de mujeres lo que no logró el, en esto desafortunado, San Francisco de Sales que quiso con la Orden de la Visitación –Visitandinas o más comúnmente Salesas por su fundador- crear una familia religiosa que mezclara el rezo con la acción pero que se tuvo que ver con la intransigencia o poca comprensión de Roma que las obligo sin titubear a guardar clausura al igual que también casi desbarata la obra de Mary Ward -y su benemérita labor educativa- con sus hoy conocido por Instituto de la Bienaventurada Virgen María o, entre nosotros,  por Irlandesas, Pero, en fin, no puedo continuar mucho. No tengo espacio. No sé si este trabajo dará para uno o dos capítulos más. Sólo me resta decir que seguiré el próximo día con la historia de este gigante de la Caridad, como he dicho, que fue la gran Luisa de Marillac y sus hijas, establecidas en Dos Hermanas en una fecha grande para el pueblo como fue 1892, hito en la lucha por la promoción del hombre que siempre, a pesar de sus muchas virtudes y sus muchos defectos, ha llevado, con la ayuda de Dios, la Virgen y los santos, la Iglesia nazarena. Y quien no quiera verlo actúa con perversidad o está ciego. No sé qué es peor.

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