Manuel Moreno: recuerdos de una vida dedicada a Dos Hermanas (y II)

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Manuel Moreno

Manuel Moreno ve Dos Hermanas como una ciudad de esplendoroso futuro

Tras un obligado paréntesis, retomo la historia de Manuel Moreno Pérez y su relación con la coronación de la Virgen de Valme. Y la dejé en el punto de que el almirante Luis Carrero Blanco aceptó ser con su esposa, Carmen Pichot, padrinos de la coronación de nuestra Protectora. Ahora bien, se presentaron serios contratiempos pues, aproximadamente una semana antes de tan importante acto, llamaron a nuestro hermano mayor, desde la vicepresidencia del gobierno, comunicándole que estaba en duda que pudiesen venir el padrino y la madrina porque, al primero, lo habían nombrado presidente del gobierno en sustitución del dictador Francisco Franco Bahamonde, que entonces regía los destinos de España con mano cada vez menos de hierro. De todas formas, luego confirmó su asistencia, lo que fue un respiro para la hermandad.

En cuanto a los preparativos de la coronación, el mes anterior fue muy duro, no tanto por el trabajo, sino por los que se oponían a muchas de las gestiones que se habían hecho en el intento de apoderarse tanto de la idea como de los hechos de la coronación.

Nuestro biografiado dice muy taxativamente que la oposición vino del entonces alcalde don Antonio Muñoz Rivero –que rigió los destinos de la villa entre el 9 de febrero de 1964 y el 22 de noviembre de 1973- pero que a su vez este nuestro primer regidor encontró, paradójicamente, la oposición de sus propios concejales, entre los que estaban Manuel Morillo Morillo, Fernando Gómez García, José López González, José Díaz Núñez y otros. No pudo así el alcalde, en duras palabras de Manuel Moreno, ‘adueñarse de la coronación’. De todas formas, y así lo percibimos todos o al menos la mayoría de los que vivimos la coronación, es que no cabe duda es de que en el fondo formaron un tándem ambos nazarenos, uno como hermano mayor y otro como alcalde a pesar de las fricciones, al parecer importantes, que hubo en su momento. A ambos creo que históricamente hay que estarles agradecidos. Afortunadamente, todo se fue encauzando y la inolvidable coronación de Nuestra Madre de Valme, en palabras de Manolo Moreno, fue el colofón. Y digo el colofón quizá para la mayoría de los nazarenos pues hubo quien se opuso entre el clero secular y, acaso, alguna congregación religiosa femenina, aparte de muchos no creyentes o simplemente otros que por diversas razones se oponían –recordemos todos en su lado más trágico y oscuro el intento de asesinato de Carrero Blanco, narrado en un famoso y polémico artículo por el conspicuo anarquista José Sánchez Gutiérrez-. Mas para su hermano mayor, como para muchísimos nazarenos, la Virgen fue coronada por el pueblo, que fue el que pidió esta muestra de fervor inmenso hacia una imagen mariana. En definitiva, el pueblo la pidió y la coronó.

Ahora bien, de nuevo, surgen los problemas en tan glorioso acto. Nuestro biografiado recibió una visita de Palacio –nombre vulgar para designar a la autoridad del arzobispo de Sevilla, su obispo auxiliar caso de que lo haya, su vicario general y el resto de la curia- el mismo día de la coronación por la mañana para confirmar el escrito que el cardenal don José María Bueno Monreal le había mandado al párroco de Santa María Magdalena, a la sazón don José María Ballesteros Bornes –de feliz memoria-, para que los padrinos de la coronación se colocaran en un sitio desplazado de los ritos de la coronación. El visitante era, nada más y nada menos, que el obispo auxiliar Monseñor don Antonio Montero Moreno como confirmó, en su tiempo, Manolo Moreno a Hugo Santos Gil para su libro sobre la coronación de la Virgen citado en la bibliografía. Además, se mandaba que no entregaran al cardenal las preseas correspondientes o sea las coronas. Nuestro hermano mayor se limitó a decir que el palacio arzobispal se dirigiera al jefe de protocolo de la Diputación Provincial, que era entonces Mauricio Domínguez Domínguez-Adame. Lo cierto es que, a la hora de la verdad, nuestro biografiado le entregó la corona a los padrinos y éstos al cardenal, que coronó a la Virgen junto con el citado párroco. Hay que decir que, previamente, Manolo le dijo al prelado que la bula pontificia de coronación estaba autorizada por el papa Pablo VI y que él era el que la coronaba y, Su Eminencia el Cardenal, era el representante. Imaginemos como se quedó el señor obispo. Manolo usa el término tan expresivo de patitieso.

Ahora bien, no acaban los hechos chocantes de la coronación. En la recepción que hubo en el ayuntamiento tras el brillante acto cuando se había despedido el cardenal, incluso por parte de la ‘autoridad local’, se le pidió invitación a Manolo para entrar. Estaba de portero, por cierto, uno de los tenientes de alcalde. El presidente del gobierno firmó en el ayuntamiento en el libro de la hermandad. Hay que recordar que Carrero Blanco fue de Santa María Magdalena al Paseo de Federico Caro, vulgo El Arenal, donde tuvo lugar la coronación por la calle que lleva el nombre de la Virgen, Nuestra Señora de Valme, vulgo Real Sevilla, y acompañó a la procesión de vuelta desde el Arenal por la misma calle hasta la Plaza de la Constitución, los populares Jardines y Santa María Magdalena, abandonando luego el solemne cortejo. Sin embargo, se quedó con nuestro biografiado el entonces alcalde de Sevilla don Juan Fernández Rodríguez-García del Busto.

Y ya sabemos lo que pasó: aquella noche inolvidable la Virgen recorrió las calles de la parte vieja de la villa. Llegó por Real Utrera hasta Santa Estefanía –la popular calle del Rey-, Cristo de la Vera-Cruz, San Sebastián, Churruca, llegando hasta la capilla de San Sebastián –sede de la cofradía de Vera-Cruz- en donde entró y siguió por Mena Martínez, San Sebastián, Plaza del Emigrante, El Ejido, el Paradero de los Carros –ya en la Avenida de Andalucía- y llegó a la calle del Pinar, a Manuel de Falla. Allí, como no era menos de esperar de una calle tan castiza y devota, se colocó el mejor exorno para la Virgen y sus gentes mostraron su entusiasmo desde sus puertas. Allí lució muchísimo la procesión en palabras de nuestro biografiado. Y siguió la procesión por Antonia Díaz, Calderón de la Barca –popularmente conocida por Paraíso o Planchilla-, Francesa, Rivas, Lope de Vega, vulgo Cañada, Aníbal González, popularmente conocida por Patomás, y de nuevo la Plazoleta. Luego volvería por Botica.. Manolo dice que sacrificó este itinerario porque al final de Rivas en la puerta de Manuel Castro Caro, ‘Niño de la Cosaria’, se encontraban un grupo de personas extrañas al pueblo dispuestas a la juerga que podían estropear la procesión. Por ello tras discurrir por Lope de Vega y Anibal González se fue directamente por la calle Santa María Magdalena, vulgo Marea, hacia los Jardines y la Parroquia Mayor. Como vemos, no pasó por Botica, precisamente la calle donde vive nuestro hermano mayor.

Pero paso a otro tema. Y Manolo se expresa diciéndonos tal cómo ve la hermandad de la Virgen. Para él, desde la primera romería de 1968, se notó una explosión de grandeza y esplendor. Así fue sucesivamente y, nuestra gran fiesta, se ha ido consolidando para llegar a la fecha inolvidable de la coronación. En el mandato de Manolo, se respetó la idiosincrasia de la hermandad, sus costumbres y su historia. Detrás de él, los tres hermanos mayores que siguieron, sentían tanto la hermandad como cualquier hermano de entonces y supieron mantenerla hasta el año 1988. Fueron estos tres hermanos mayores: Francisco González García (1975-1978), Rafael Martínez Galván (1979-1983) y Diego Luis Justiniano Arquellada (1983-1987). Luego, los tiempos cambiaron. Advinieron, según Manolo, otros hermanos mayores que siendo dignísimos y buenos nazarenos y grandes valmistas –lo que recalca mucho Manolo- tomaron por otros derroteros, no bebiendo quizás de la verdadera liturgia –palabra de gran significado- de la hermandad. Puede verse que se trata de una opinión muy personal aunque no descalifica la labor de estos hermanos mayores. Pero también nos interesa saber cómo ve nuestro biografiado a las hermandades. Y su opinión no es blanda. Para él, las hermandades siempre caen o reviven mas, generalmente, no están en función a lo que la vida y los tiempos exigen. Manolo, por ello, sólo es hermano de Valme aunque ha sido hermano del Cautivo, en cuya cofradía su hijo, Eduardo Moreno Moreno, ha ocupado el honroso y comprometido oficio de hermano mayor.

Y, por último, he querido saber lo que opinaba sobre la situación del pueblo. Lo ve en una situación de progreso. Para él es el pueblo mejor dirigido de toda Andalucía. Es una ciudad, según cree, llena de vida, de orden, de limpieza y con un futuro aún más hermoso del que gozamos. En cuanto a los problemas, él ve la solución en educar mejor a la juventud, enseñándole lo bueno, a ser responsables y a querer a su pueblo. Él piensa, como muchos, que habría que desviar a los jóvenes de los vicios –tan presentes en Dos Hermanas según nuestro parecer- que los acechan y con los que conviven y, así, asegurarnos un futuro en el pueblo que a él le dio la vida.

Y acabamos. Tengo que hacer cuatro salvedades. La primera es que este es un trabajo de campo en el que puede haber errores –también en los archivos se encuentran muchos y lo aseguro tajantemente- . La segunda, es que he usado mi propio trabajo de archivo para la obra conjunta, que después cito en la bibliografía, en la que me ocupé de nuestra historia local desde el siglo XVI al XX. La tercera es que se trata de las opiniones de un hombre muy avezado y muy conocedor de lo que habla. La cuarta es que éste es un modesto artículo. Quien quiera saber más del tema debería acudir a los dos libros de Hugo Santos Gil, que citó también en la antedicha bibliografía con la que acabo este pequeño trabajo, o a la obra conjunta ya nombrada.

BIBLIOGRAFÍA:
-CARDONA PERAZA, María José (dir.): Geografía, Arte e Historia de Dos Hermanas. Excmo. Ayuntamiento de Dos Hermanas. Dos Hermanas, 1995.
– SANTOS GIL, Hugo: La romería de Valme (1894-1994). Excmo. Ayuntamiento de Dos Hermanas. Sevilla, 1996.
-Idem: La coronación canónica de Nuestra Señora de Valme (1942-1973).Sevilla, 1998.

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