“Aunque voy a cumplir 82 años, aún me llaman Juanito el de los jamones”

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Juan Cano

Juan Cano empezó con un pequeño puesto en la plaza de abastos hasta crear su pequeño imperio del jamón con su tienda Sierra Valme. Sus aficiones: el Betis y los toros

Tres años lleva cerrada “Sierra Valme” (esquina de Francesa con Santa María Magdalena), la famosa tienda de jamones  que fue una referencia en Dos Hermanas y provincia. En el piso superior me recibe, en su casa, Juan Cano Molina.

¿Vas a cumplir 82 años y todavía te dicen Juanito?

Mucha gente me conoce así, como “Juanito el de los jamones”.

¿Lo de dedicarte a la venta de jamones te viene de familia?

No. Mi padre, que era de Montellano, era pescadero en la plaza y albañil. Mi madre, que era de Los Corrales, fue rellenadora en Carbonell. Lo de los jamones viene de un puesto de comestibles que yo tenía en la plaza. Pero antes de eso trabajé en lo de Murube.

¿En la taberna? 

Sí, abrió en El Ejido y yo, que tendría ocho añitos, vivía al lado. “¿Te quieres venir a fregar vasos?”, me dijo. Y le dije que sí. Me pagaba siete pesetas a la semana. Allí estuve hasta los 12 años, y después me coloqué con Macandro. 

¿El torero?  

Bueno, te hablo de Antonio Rubio Dutoit, hijo del famoso torero Macandro y padre del Macandro de ahora. Tenía una tienda de comestibles en calle Canónigo y con él aprendí muchas cosas, como liar los encargos con papel de estraza. Era un hombre con mucho olfato de negocio. Fíjate que él fue el que compró el terreno de lo que hoy son Las Ganchozas y después lo vendió en parcelas. Recuerdo un año que faltó azúcar el día antes del Valme. Encontró diez sacos de azúcar y a las ocho de la mañana ya estábamos despachando azúcar en la tienda. En vez de un cuarto de kilo vendíamos 125 gramos, porque había poca.  Por cierto, que en ese mismo viaje del azúcar también se trajo unos cuantos cochinos de Villamartín. En la cuesta que hay al pasar el cruce de Las Cabezas, el vehículo no tiraba con el peso de los animales y se iba para atrás. Y yo me tuve que bajar para meter una estaca debajo de las ruedas traseras.

¿Él fue el que te ayudó a empezar en la plaza de abastos?

Sí. El alcalde Muñoz Rivero lo metió de concejal y le dio el cargo de la plaza de abastos. Y un día hubo un puesto disponible. “¿Tú quieres uno?”, me dijo. “No tengo dinero”, le contesté. Pero llegamos a un arreglo. Como él vendía a otras tiendas y compraba al por mayor, me vendía sus productos a precio de costo, cargándome solo un 10%. Todo menos el azúcar, el aceite y el café.  Yo le daba toda la recaudación y al final de mes ajustábamos cuentas. Tendría yo 18 años, y poco a poco mi tienda de comestibles fue la mejor de la plaza. Estuve unos siete años y ahí fue donde empecé a vender jamones. Después formé parte de “Codana”, una cooperativa de alimentación en la calle Reposo, y más tarde monté en El Llano una charcutería, “Cano y Jurado”, con un socio, “El Currano”. Era preciosa. Los escaparates eran frigoríficos. 

Tras eso abres “Sierra Valme”, negocio dedicado a jamones, quesos y conservas. ¿Cual ha sido la clave de su éxito y longevidad?

Primero, la calidad del producto. Aquí venían clientes de Sevilla y otros pueblos porque yo traía los mejores jamones de El Repilado, Cumbres Mayores… y también de Guijuelo. Las conservas las traía de Ayamonte y Tarifa. Las anchoas, de Cantabria. Y en Semana Santa el lomo de bacalao más gordo era el mío, que me traía de Barea. 

Y la segunda clave es el trato. A la gente le gustaba que yo la orientara. Yo les preguntaba qué querían exactamente y cuánto querían gastarse. Estaba especializado en atender al público, en ser claro y no engañar al cliente.   

¿Recuerdas la primera vez que fuiste a comprar jamones?

Perfectamente. Fui a Cumbres Mayores a comprar 100 paletas y al final me traje 200. A cien pesetas el kilo. Me llevó Panduro en su taxi, y Eligio Rojas pagó el porte. Cuando volvíamos para atrás, resulta que era la feria de Sevilla y le dije a Panduro: “Para ahí en La Maestranza, que os voy a invitar a los toros”. Y los invité a los dos a ver la corrida de Antonio Ordoñez.

¿Entonces te gustan los toros?

Es una de mis dos aficiones. Tendría yo diez añitos y vi a Curro Romero torear en Dos Hermanas, ahí en una portátil en el “Almacén del Cura”. Llevaba un traje de luces color café. El día que más aplaudí en mi vida fue en una corrida de Curro Romero, Diego Puerta y Paco Camino y toros de Benítez Romero.

¿Cual ha sido el mejor torero que ha dado Dos Hermanas?

A mí me gustaba mucho el Niño Lipende. Recuerdo una corrida magnífica que dio ahí en el almacén de aceitunas que había en la Venta de Las Palmas. Y también nombraría a Chaparrejo y a Gallito.

¿Y cual es tu otra afición?

El Betis. No me perdía un partido cuando era joven y ahora lo veo por la tele. Si me vas a preguntar por el mejor jugador, diría Eusebio Ríos y Rogelio.

¿Pero podías ir al Benito Villamarín teniendo la tienda?

Pues mira, con respecto a eso tengo una anécdota de cuando tenía el puesto en la plaza. La plaza abría los domingos hasta el mediodía. Y yo organicé a los tenderos para pedirle al alcalde, que entonces era Curro “El Lagunero”, que nos permitiera cerrar los domingos, que teníamos derecho a descansar. Me dijo que no, que estaba loco. “¿Usted no tiene una tienda y cierra los domingos?”, le dije. Y al final conseguimos cerrar los domingos. Porque recuerdo que antes de eso, en 1958, fui con Macandro al primer partido oficial del Sevilla en su estadio, donde ganó el Betis 2-4, y tuve que almorzar en el coche un bocadillo porque, al ser domingo, tuve abierto el puesto hasta mediodía.

¿Qué haces ahora que has cerrado la tienda?

Me voy ahí a La Plazoleta, charlo con los amigos, como en el bar… poca cosa.

Su esposa, Ana Fernández Gallardo, falleció hace poco. Hay fotos de ella en el salón, y también de sus tres hijos y nietos. Antes de despedirme, me lleva hasta un mueble y abre la puerta. Juan fue siempre sincero con su clientela, pero a mí… no me lo contó todo. Además del Betis y los toros, cultiva una tercera afición:  una espectacular colección de cientos de botellas de bebidas en miniatura. 

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