Diego Arias: “¿Mi secreto para llegar a 100 años? ¡No darle importancia a las cosas!”

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Diego Arias
Josefa y Diego en su juventud.

Su vida transcurrió entre yuntas de mulas en los campos de Marchena. Llegó aquí hace más de 50 años, y todavía hoy coge la escardilla y da de comer a sus gallinas 

Diego Arias Romero cumplió un siglo el 11 de febrero. Vino al mundo en Pruna en 1923, aunque con dos años se fue a vivir a la finca ”Las Medianas”, cerca de Marchena, donde su padre trabajaba a renta las tierras de un marqués. Allí no había escuela ni médico, ni radio, ni televisión; ni luz, ni teléfono. Ni siquiera reloj para contar las horas. 

¿Qué recuerda de su infancia?

Vivíamos en una choza. Yo era el cuarto de siete hermanos, y ayudaba a mi padre a labrar el campo: trigo, cebada, maíz, avena… Muchas noches dormía en la cuadra con los animales. En verano guardaba el trigo en la era y dormía bajo las estrellas.

¿Nunca se puso enfermo?

Pues sí. Cogí el tifus, me quedé muy canijo. También me quebré el hueso de una pierna con una silla que se rompió.

¿Cómo conoció a su esposa, Josefa Martín Sánchez?

En el paseo del pueblo, en Marchena, que estaba a cuatro kilómetros. Antes de verla en el portal de su casa, yo ya había soñado con ella y la reconocí. La “gordi del estanco” tenía la cara más bonita del pueblo. Tenía muchos pretendientes, pero yo me los cargué a todos. Desde la mili le escribía cartas.

¿Que aprendió en la mili?

La hice en Sevilla y fueron tres años  con muchas chinches y piojos. No pisé mucho el cuartel, porque estuve de asistente de un capitán, y este me puso a hacerle los mandaos a su “quería”. Estaba en los Jardines de Murillo, y desde allí iba andando con mi amigo Juan Ramos a ver los partidos del Betis. Como estaba en Sanidad, aprendí a poner inyecciones, y siempre se las he puesto a mi familia y a los vecinos. 

¿Cuando se casó con Josefita? 

El 20 de enero de 1947. Estaba muy contenta porque yo no le pegaba. “¿Y por qué te iba a pegar, Josefa?”, le decía yo.  Y es que por entonces el que le pegaba a su mujer era el machote. La vida ha cambiado para mejor.

¿Nunca se le ocurrió llevar otra vida que no fuera el campo?

Nunca. El campo ha sido siempre mi vida. Yo era famoso porque era bueno domando a las bestias. Me decían: “Diego, tengo una mula de 15 meses, a ver si me la enseñas a arar”. 

Compré una tierra de regadíos en San Juan, entre Marchena y Carmona, junto al río Corbones. Allí construí una casa. Pasaban pastores trashumantes y muchos gitanos. Mi mujer montó allí una cantina y un horno. Vendíamos tabaco y comestibles. Josefa se compró hasta una máquina de coser para arreglarles los vestiditos a las gitanas. La pareja de la Guardia Civil a caballo también pasaba por allí y siempre había que darle algo de trigo o lo que fuera. Había que llevarse bien con ellos.

Diego Arias
Labrando el campo con mula y arado.

¿Alguna vez pasaron penurias? 

Nunca. No he sido torpe y he trabajado mucho. Con mejores o peores cosechas, he tenido suerte y hemos vivido bien gracias a Dios.

¿Cuantos años estuvieron allí? 

Unos 20. Allí nacieron tres de mis cuatro hijos. Cavé un pozo con un agua buenísima y construí una alberca redonda. Los 18 de Julio, que era fiesta nacional, en un remolque de mi tractor venían los vecinos de los cortijos de alrededor a bañarse. Ten en cuenta que entonces no se conocían las playas ni nada. Nos lo pasábamos muy bien esos días.

¿Quién apareció un día por allí?

Un maestro de Lora. Era rojo. El hombre no quería ser visto por el pueblo, y lo acogimos allí. Se quedaba a dormir y le daba clases a los niños. Los enseñó a leer y escribir. Se llamaba Juan Manuel Cuevas y hasta hace poco, antes de morir, vivía en una residencia del Parque Alcosa y venía en autobús a vernos aquí a Casquero.

Vive con sus hijas en la urbanización Casquero. ¿Cuando llegaron a Dos Hermanas?

Sobre 1970. Mi hija Antonia empezó a trabajar en Garcia Morato y yo me vine a labrar unas tierras que mi padre tenía en El Copero. Entonces vivíamos en Bellavista. Yo daba portes con un camión que me compré, y así pude ahorrar para tener este terrenito.

Diego Arias
Aunque se apoya en dos bastones, Diego goza de agilidad.

¿Cual es el secreto para llegar a los 100 años, Diego?

No sé, puede ser este carácter natural que tengo, que nunca me disgusto con nadie. A las cosas que no tienen importancia, no se las doy. Y a las que sí la tienen, se la quito.

Pero está usted muy en forma.  Sale a dar un paseo dos veces al día. ¿Ha llevado una vida sana?

Nunca he fumado ni bebido. Eso sí: todos los mediodías me tomo un vasito de mosto y otro por la noche. Y cuando hace frío, una copita de coñac. 

¿Se arrepiente de algo? 

De no haber pagado más sellos para haber cotizado más, y así hoy no tendría una paga tan pequeña.

¿A qué se dedica ahora?

Leo “El País”, veo la tele, juego a las cartas: a la barisca, al solitario… También le doy de comer a mis gallinas y de vez en cuando cojo la escardilla para quitar las malas hierbas.

¿Va mucho por Marchena?

La última vez fui el Día de Difuntos. Le puse un ramo de flores a Josefita. Y este Miércoles Santo, como cada año, pienso ir a ver a Nuestro Padre de la Humildad y Paciencia. Debo ser el hermano más viejo de la hermandad.