San Miguel: la fábrica que perfumaba de chocolate las calles de Dos Hermanas

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Manuela
Anuncio de la Fábrica de Chocolates San Miguel, que tuvo su primera ubicación en la parcela adjunta a la capilla de Santa Ana, donde hoy se alzan los pisos de “El Llano”.

1943

Para alimentar a sus cuatro hijos, aquí trabaja Manuela Fernández, que quedó viuda a los 31 años tras un trágico accidente de su marido

Manuela no lo sabe, pero en la finca donde cada día, tras hacer la plaza, entra a las ocho de la mañana, se instalará en pocos años un horno de pimientos, un almacén de aceitunas y, décadas después, unos bloques de pisos que en Dos Hermanas serán conocidos como “El Llano”. Pero eso solo lo sabemos nosotros, que la observamos desde el futuro. Ella vive en 1943 y bastante tiene con la pena que carga a sus espaldas. A a los 31 años se ha quedado viuda con cuatro hijos que alimentar: Francisca, Rafael, Gloria y Manolo. La mayor tiene 13 y el pequeño apenas ha cumplido los dos años.

Manuela Fernández Salmerón nació en Camas. Su padre, José Fernández Mejías, era picaor de toros. Cerca de Los Frailes criaba vacas y cabras, y la niña al final acabó enamorándose de Francisco Espada, “Angelillo”, natural de El Saucejo pero, como ella, nazareno de adopción.

El mundo se le vino encima cuando, con gran escándalo, trajeron a su marido entre cuatro desde la Fonda Campo, malherido por las coces de un mulo revirao. La muerte venía ya dibujada en los ojos azules de su Angelillo, que se apagaron para siempre a la mañana siguiente. 

A la locura de las primeras semanas siguió la inopia. Vivía enajenada; más bien no parecía vivir en este mundo.

Manuela
Manuela Fernández Salmerón, natural de Camas y nazarena de adopción. Con cuatro hijos a su cargo, se vio obligada a trabajar muy duro tras fallecer su marido coceado por un mulo.

A su rescate vinieron los suyos. El primero en echarle una mano fue Carlos Delgado, el patrón de su marido. Él se encargó de los gastos del entierro y él le encontró trabajo en el almacén de La Lagunilla. Pero no le alcanza el sueldo. Por eso, para que ella ingrese más dinero y pueda tener dos salarios, Carlos Delgado ha ideado un chanchullo del que nadie tiene por qué enterarse. Manuela ha sacado del colegio Santa Ana a su hija mayor, Francisca, y aunque todavía no distingue una gordal de una manzanilla, es la que desde hace unos meses acude a La Lagunilla en nombre de su madre. Para el Estado reza que quien trabaja allí es Manuela, que así puede mantener los puntos que da el gobierno en función del número de hijos. Y mientras su hija deambula por el almacén haciendo de correveidile, la madre trabaja casi de incógnito en la fábrica de chocolates de Valerio Cano, el hermano del director de las Escuelas del Ave María. Por cierto, que ahí se acerca Don Valerio, muy serio con su boina y su luenga barba:

– Manuela, acércate a la nave para envolver las medias libras, que tenemos un encargo -le dice.   

Ella, que en poco tiempo se ha mostrado muy capacitada y hábil con las máquinas de la fábrica, deja las cuchillas con la que está cortando el chocolate y obedece. Su figura espigada llama la atención, enlutada desde los pies a la cabeza. Se desplaza a una nave cercana donde, con otras dos compañeras, empapela una a una, hasta rellenar tres cajas, las tabletas de chocolate con un coqueto envoltorio de tonos verdes y letras negras: “Chocolates San Miguel.  Ordisi. Teléfono 54. Dos Hermanas”. Esta es la primera ubicación de la única fábrica de chocolates que ha tenido Dos Hermanas. Poco después se trasladará a la calle San Alberto, donde reside D.Valerio con su familia y su hermana Leopolda. Allí, a la producción de chocolates se sumará la de caramelos. No será, empero,  industria exitosa. Sólo la recordarán, como una anécdota. los más viejos del lugar.

Al terminar la faena encomendada, Manuela escucha el paso de las cabras por la calle Santa Ana. Aunque últimamente tiene pocos motivos para la alegría, le viene un pensamiento y un leve atisbo de sonrisa asoma a su rostro. Imagina la cara que pondrán sus cuatro churumbeles cuando les de a beber leche chocolatada. 

De su casa en calle Esperanza ha traído esta mañana una lechera. Ha introducido en ella restos inservibles de chocolate, virutas de cacao sobrantes de los cortes y que deposita en el fondo del recipiente de lata. Sale a la cancela y le pide al Caque que se lo llene. Sin derramar gota, el pastor ordeña con maña a una cabra. Manuela le paga. Al llegar a casa solo tendrá que hervir la mezcla para obtener leche chocolatada que hará difrutar a su prole.  

Dejamos por hoy esta Dos Hermanas de 1943 de calles terrizas y olor a ubres, y a nuestra abnegada Manuela. Es una mujer fuerte. Sacará adelante a su familia. Ella no lo sabe, pero será recompensada con una larga existencia. Morirá con 91 años, rodeada del amor que ella les regaló siempre a los suyos. Cuentan que, tras su último hálito, quedó suspendido en el aire un dulce aroma que recordaba al chocolate. 

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