Un despacho de aceitunas en Cádiz: así huyó del hambre Pepe Torres

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Pepe Torres
Pepe aparece con corbata en uno de los patios de la Hacienda de la Mina Grande, con la torre de molino. Sobre el bocoy, su perro Morris.

El maestro cocedor rechazó una suculenta oferta de trabajo en Argentina por su fobia a los aviones

Que cocer aceitunas es un arte lo saben bien los almacenistas que contratan a Pepe Torres Muñoz. Es uno de los más prestigiosos maestros cocedores de Dos Hermanas. Aunque ya está mayor (nació en 1910 y estamos en 1972), sus servicios y sus consejos son requeridos en otros pueblos, como Mairena del Alcor, de donde por cierto acaba de llegar. Se ha pasado por el “Paquino” a por su novela de Marcial Lafuente Estefanía, ha llegado a su casa en Aníbal González y, mientras riega sus flores en la azotea y tararea el “Mammy Blue”, Pepe recuerda otros tiempos no tan benévolos. 

La guerra terminó con el próspero almacén de aceitunas que su padre, José Torres Rivas, tenía en la calle Rivas, así como su taller de tonelería en el Callejón de las Tunas. De su padre aprendió todo lo que hoy sabe. Sobre 1941, en una Dos Hermanas donde acechaba el hambre, Pepe se casa y, junto a su esposa, Concepción Porrero Tinoco, decide buscar una vida mejor en Cádiz, donde vivía la madrina de ella. Se les ocurre montar, en la Cruz Verde, un despacho de aceitunas que el propio Pepe cocía en Dos Hermanas. “Manzanillas y gordales a granel”, se leía en un cartel. Y el negocio funcionó. Nunca olvidarán lo bien que les trató Cádiz, ni tampoco la terrible explosión del polvorín, aquella noche trágica de 1947 que se llevó por delante a 150 personas en la tacita de plata.

En 1948 el matrimonio regresa a Dos Hermanas y al año siguiente nace su única hija: Pepi. Pepe, además de cocer aceitunas, se dedicó a la correduría: compraba aceituna que después vendía a los molinos para que elaboraran el aceite. 

Yo no me voy a Argentina 

Su prestigio profesional fue en aumento. Un día llamó a su puerta un señor acompañado de una monja. Se llamaba José Nucete (la monja era una hija) y le proponía a Pepe un trabajo muy bien remunerado como maestro cocedor en Argentina, donde estaba plantando olivos y necesitaba profesionales expertos. “Muchas gracias, pero yo no me subo a un avión”, le contestó a aquel empresario. 

Todavía hoy sigue Pepe sin superar sus dos fobias: una es a volar y la otra a las tormentas. Cuando truena, se encierra en la despensa y, rodeado de jamones y chorizos, espera a que pase el temporal. ¡Qué se le va a hacer, son sus manías! Como la que seguirá esta noche antes de acostarse y rezar el rosario: se tirará al suelo y mirará debajo de la cama… por si hay alguien escondido. 

Pepe es un hombre carismático; también sensible. El otro día, sentado en el sofá, escuchó de pronto a  Juanito Valderrama cantando la copla “El emigrante”, y al momento no pudo evitar que dos lágrimas le surcaran las mejillas. “¿Por qué lloras?”, le preguntó su mujer. “Porque yo también emigré, ¿o no te acuerdas cuando nos fuimos a Cádiz?”, contestó. Y con un pañuelo se seca esa pena repentina. Sí, los tiempos ahora son sin duda mejores.

Tras charlar un rato con su esposa y jugar con su perro Morris, Pepe se va al bar. Ha quedado con sus amigos Antonio Lozano y Rafael ‘El Acelga’ para organizar un día de pesca en el Pantano del Águila. A él le gusta la pesca y la caza. Cuando le preguntan por política, dice que su partido es “el BCC”: Bebedor, Cazador y Comedor. Ese eslogan resume muy bien lo que espera de la vida, ¡que ya bastante ha trabajado! 

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