Antonio Plaza Romero: el nazareno que arrancó una carcajada al rey Alfonso XIII

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Antonio Plaza
Antonio Plaza con su gorra y su eterno cigarro.

A mediodía, al encargado del almacén de El Arsenal le gusta alejarse de los bocoyes, cruzar las vías y tomarse unos chatos en la cantina de la estación

Pocas personas hay en Dos Hermanas más respetadas que Antonio Plaza Romero.  Es la mano derecha  de D. Luis Ybarra. Con la confianza plena del señorito, al que le rinde cuentas, administra y dirige el almacén del Arsenal, creado en 1874. Dicen de él que es serio, honrado y trabajador. Cuando María, su esposa, ha vuelto de la misa de alba en Santa María Magdalena, él ya hace rato que, cigarro en boca y su eterna gorra en la cabeza, se afana en la ceniza con la que cocerá la aceituna. Mientras entran por la cancela, con sus latas de cisco, decenas de obreras, Antonio ha dado orden de sacar, de una de las seis naves, las cuarterolas que hoy recogerá un camión para embarcarlas a Estados Unidos. Ese es su pan: los americanos.

Antonio Plaza
Antonio Plaza Romero (de pie, primero por la derecha) en la cantina de la estación en torno a 1925. Entre otros amigos, distinguimos a José Collantes de Terán, primero sentado por la izquierda.

Levanta la mirada para divisar las nubes de negro humo que expele el expreso de Cádiz, que ha hecho parada frente al almacén. Después, a mediodía, se pondrá su sombrero de ala ancha y cruzará las vías para reunirse, en la cantina de la estación, con su amigo Manuel Andrés y otros más. Con cuatro o cinco chatos en el cuerpo, tras el almuerzo, seguramente dará una cabezadita sentado en alguna espuerta. La siesta es sagrada. Un día un obrero vio preciso despertarle, y Antonio le dijo: “¡No se te ocurra despertarme nunca más… a no ser que me llame el rey!” 

Y un día eso ocurrió. Hace unos años, en 1929, el mismísimo rey vino a hablar con él.  Luis Ybarra trajo a Alfonso XIII, después de realizar una visita a la Exposición de Sevilla. El Arsenal fue adornado con mástiles y banderas. Al hacer la presentación, el Ybarra tuteó a Antonio Plaza para hacer ver al rey que era como de la familia. Pero Antonio le habló de usted. D. Luis, extrañado, le preguntó: “Antonio, ¿desde cuando me hablas de usted?” Y él contestó: “Te hablo de usted cuando estoy en presencia del rey”.  Alfonso XIII no pudo reprimir una carcajada ante este comentario. Así es Antonio Plaza: de pocas palabras, pero de expresiones contundentes.

Criado entre aceitunas

Antonio Plaza nació el 20 de febrero de 1876 en la Hacienda de Bujalmoro, donde su padre, José Plaza Grazalema (hijo, a su vez, de otro Antonio Plaza ya vinculado con los Ybarra), había llegado de Santiponce para ser el encargado de esta hacienda; Bujalmoro era una de las muchas tierras de olivar que el vasco José María Ybarra  (uno de los creadores de la feria de abril) había adquirido para su explotación en los alrededores de Sevilla. En un vínculo de confianza mutua que se prolongará varias generaciones, el hijo de aquel Plaza trabaja ahora para el hijo de aquel Ybarra. Cuando a Antonio lo trajeron al Arsenal era un chiquillo pelirrojo y despierto al que poco había que enseñar porque se había criado en los secretos de la recolección, la cocción y el aderezo de la aceituna. Fue de los primeros que la coció al estilo sevillano: con sosa caústica (mezcla de agua y sosa) que conlleva solo un proceso de 8 o10 horas, mucho más rápido que la salmuera, a base de agua y sal. Por sus conocimientos y sus dotes de mando los Ybarra le dieron las riendas de este próspero almacén con capacidad para 2.000 bocoyes de gordal y manzanilla. El Arsenal emplea a unas 240 personas entre partidoras, deshuesadoras, rellenadoras, niñas del suelo, pesadoras y la plana de faeneros y toneleros.   

Antonio Plaza
Su padre José Plaza Grazalema (sentado) rodeado por sus hijos Antonio, Filomena y Mª del Carmen, posiblemente en la Hacienda de Bujalmoro sobre 1898.

Con 27 años, en 1903, se casó con María Tecla Muñoz López, una bella nazarena de la calle Paraíso tres años más joven, con la que ha tenido 10 hijos, todos nacidos en el almacén, donde viven. A ellos les ha transmitido todo lo que sabe. Sus conocimientos serán su legado, pues vive al día, no ahorra y herencia dejará poca: el dinero que tenga en el bolsillo el día que Dios se lo lleve.

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