En alabanza y gloria de la Protectora de Dos Hermanas en su visita a Sevilla (y II)

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Protectora de Dos Hermanas

La Virgen de Valme llenó Sevilla capital de belleza y devoción

Dejé, la semana pasada, a la Virgen de Valme colocada en la catedral sevillana en la jornada del viernes. Y, el sábado, se celebró su procesión por los alrededores de este principal templo de la archidiócesis y sede de su arzobispo, servido, como es, por un numeroso y bien organizado cabildo eclesiástico. 

En este último día, por la mañana, los fieles podían visitar a la Virgen en horario de mañana desde las once a las dos. 

Pero, por la tarde, a las cinco, salió la procesión con los pasos del rey San Fernando y nuestra Protectora. La imagen del santo rey era la del gran escultor Pedro Roldán Onieva que se venera en la sacristía mayor del templo catedralicio, obra de gran belleza y, sobre todo, elegancia y empaque. 

Por otra parte, procesionaba nuestra Virgen en su templete de plata y tocada con el manto burdeos de castillos, leones y flores de lis, uno de los más emblemáticos que fue bordado en 1920 por su camarera doña  Elena Molina de la Muela, mujer de don José Agustín Baena de León Caro, pariente de mi abuelo materno, vecina de la calle del Canónigo junto con otra señora de la misma calle, doña Gracia Becerra. 

Este mismo manto, llevó en la procesión conmemorativa del VII centenario de la Reconquista de Sevilla en 1948 -ocasión que ya dije que tuve la dicha de estudiar en un artículo de la revista de culto Tabor y Calvario, al que remito al lector interesado y avezado-.  Por otro lado, Santa María de Valme y su Divino Hijo portaban las coronas áureas de la coronación canónica de 1973, obras del orfebre sevillano Fernando Marmolejo. 

De la misma manera, figuraba en la procesión la copia del pendón de San Fernando. Éste último, había sido ofrecido a la Celestial Señora como exvoto por Fernando III el Santo tras la reconquista de la almohade Sevilla. Hay que añadir que fue restaurado por los duques de Montpensier, el turbulento  y gran conspirador Antonio María de Orleans y por su esposa la pía María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, hermana, como se dijo en el anterior artículo, de la castiza  y piadosa Isabel II, casi o no tan casi más conocida por sus amoríos que por su labor de reina titular de los reinos de España. Hay que decir que la copia que se sacó del pendón primitivo es obra del bordador nazareno Juan Ramírez. 

Y hay que hablar, y mucho, de la procesión. Primeramente tengo que definirla. Fue un magnífico y majestuoso desfile. Pero la palabra que creo que mejor la define es solemne. Así me lo dijeron al unísono dos grandes amistades mías, los esposos Rafael Álvarez Sousa, de ilustre familia utrerana, y su esposa la sevillana pero de nobles ancestros moronenses Esperanza Cruz Villalón, integrante de una de las más conocidas familias de España, famosa por los destacados hijos que ha dado, sean hombres sean mujeres. Pues bien, ambos coincidieron en la que considero, y repito, palabra clave de esta histórica y hermosísima procesión que no es otra que solemne. 

Por otra parte, se podían destacar varios puntos. Uno que llamó mucho la atención es la presencia de las cruces parroquiales de las collaciones fernandinas. Podría poner todas mas no me parece lógico ni pedagógico. Sólo decir que no son todas las antiguas aunque sí la mayoría. De todas formas, algunas son más modernas.

 Igualmente, debo destacar el recorrido. Salió la procesión por la puerta catedralicia de San Miguel y discurrió por la Avenida de la Constitución -la que es conocida en Sevilla simplemente como la Avenida-, la antigua calle Alemanes, la pequeña Cardenal Carlos Amigo Vallejo -vecina al Palacio Arzobispal- la hermosísima plaza de la Virgen de los Reyes -frontera a ese joyero en el que se guarda tan gran joya como es la Virgen de los Reyes, celestial patrona de Sevilla y su archidiócesis-, la plaza del Triunfo –que toma su nombre del triunfo colocado tras el  terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755, por haberse acabado allí la santa misa tras abandonar el sacerdote y los fieles la catedral sacudida por el seísmo- y en la que  también se encuentra el monumento de la Inmaculada Concepción, patrona de España y gran devoción de Sevilla, la cual plaza recorrió por el lado del Alcázar, la calle de Santo Tomás –donde se encontraba el Convento de Santo Tomás de Aquino, universidad de los Padres de la Orden de Predicadores, vulgo Dominicos, fundados por el gran Santo Domingo de Guzmán- y, por último, por la antedicha Avenida de la Constitución, entrando en la catedral metropolitana por la misma puerta por la que salió, la de San Miguel, dedicada a este gran arcángel que venció a Satanás según nos narra el Apocalipsis. 

De la misma manera, me gustaría decir que acompañaban a nuestra Virgen las hermandades, agrupaciones y asociaciones de nuestra ciudad, formando un bello y abigarrado cortejo. Faltaron dos cofradías, la de nuestra patrona Santa Ana y la de Pasión de la  parroquia de su nombre de la barriada de las Portadas. Ambas presentaron sus excusas. De todas formas, pienso –y conmigo el común de los nazarenos- que deberían haber asistido haciendo un esfuerzo por otra parte no muy grande. Se trataba de una procesión nada más y nada menos que de nuestra Protectora y principal tótem, el más representativo de nuestra colectividad, junto a Santa Ana. Verdaderamente, y lo digo sin acritud, sobre  todo porque soy hermano de ambas cofradías, se echó mucho de menos su presencia, máxime tratándose de una hermandad tan  representativa de nuestro ser más profundo como es la patronal y de otra tan popular como la bella y completa hermandad de Pasión.

De igual modo, quiero hablar de los cabildos municipales. Asistió, tras la imagen del Santo Rey, el de Sevilla con la policía municipal en traje de gala y los indispensables maceros que dan categoría a la corporación municipal de la capital de nuestro reino y provincia. Que tome nota el ayuntamiento nazareno. Nuestra ciudad en su representación pública debe llevar a la policía local con traje de gala –aunque es cierto que fue representada en la procesión- y, sobre todo, a los maceros. No cejaré hasta que no lo consiga, máxime cuando la antigua villa –como documentó el hermano mayor de Valme Hugo Santos Gil- salía con maceros. Estoy harto de ver procesiones con ellos como en Almonte, Archidona, Béjar, Écija, Rota, Sevilla, etc. etc. ya sean villas o ciudades, gobernadas desde los comunistas a los populares pasando por los socialistas, y no comprendo la razón de que nuestro Excelentísimo Ayuntamiento no realce su gran importancia –como cabildo municipal de nuestra gran ciudad- en las procesiones sean civiles o eclesiásticas. 

De igual forma, hay que decir que la Virgen llevaba su paso portado por los hermanos costaleros. Hay que decir que el mundo del costal es apasionante y que, los costaleros de nuestra Señora la llevaron estupendamente. A su vez, hay que decir que tocó la banda de música Santa Ana –tan afamada- y que el coro del Colegio de Nuestra Señora de la Compasión de Religiosas del mismo nombre, vulgo Compasionistas –famoso entre otros conceptos por su formación musical- interpretó cantos y motetes ante las puertas de la catedral.

También, me gustaría mencionar que el público fue abundantísimo y variado. A los muchos nazarenos que se desplazaron a Sevilla a acompañar a la Virgen se sumaron, como ya dije del traslado, los sevillanos y numerosos fieles de muchísimas ciudades, villas y lugares. Se trató, sin exagerar de una multitud. 

Por último, decir que nuestro reverendísimo prelado el arzobispo don José Ángel Saiz Meneses acompañó a la Virgen con su obispo auxiliar don Ramón Valdivia Giménez. Es sabido que, nuestro arzobispo, fue el que sugirió al cabildo catedral que saliera en esta conmemoración la Virgen de Valme. De la misma manera, hay que decir que los canónigos acompañaron a la Virgen y a San Fernando en la procesión.

Y, acabada la multitudinaria procesión, vino el más tranquilo aunque a su vez intenso día de la vuelta. El domingo 26, a las 13.15 horas, se celebró misa en el altar del Jubileo, presidida por el deán de la catedral don Francisco José Ortiz Bernal. Los cantos fueron interpretados por la afamada coral Regina Coeli. 

A las 5.30 horas de la tarde, salió la Virgen en andas por la Puerta de los Palos, recorriendo la plaza de la Virgen de los Reyes hasta el Palacio Arzobispal, desde donde marchó en vehículo cubierto. 

Cantó en este traslado con indudable maestría y fervor el coro de la hermandad aunque, ciertamente, ni a mi –ni al difunto don Juan Manuel García-Junco Caballero, párroco que fue de Santa María Magdalena- nos gustaran todas las canciones. Pero, en fin, salvo nuestra discrepancia, el coro cantó magníficamente. Como siempre.

 A las 7 horas de la tarde la Virgen llegó a la plaza del Arenal donde fue recibida por un numeroso y devoto público, siguiendo por su calle, vulgo Real Sevilla, hasta nuestra Parroquia Matriz de Santa María Magdalena. Hay que añadir que numerosas vivas se dieron a la Virgen. 

A la procesión de nuestra protectora por Sevilla acudieron varias corporaciones de la capital, entre las que sólo citaré a la importante Hermandad Sacramental de la Parroquia del Sagrario o de San Clemente I, cuyos niños carrancanos encabezaban el cortejo. También tocó la tan afamada banda municipal de Sevilla.

Pues bien, así acabo esta apretadísima crónica en loor de la que es Protectora de Dos Hermanas, patrona de su Excelentísimo Ayuntamiento y Madre de los nazarenos. Sólo me resta decir lo que digo: ¡Viva la Virgen de Valme! y ¡Viva su Divino Hijo! 

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