La cabalgata fue esplendorosa y, además, fue un testimonio de Fe en el Creador

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cabalgata

Los tres Reyes pasearon su poderío, su tronío y su porte por las calles nazarenas

Escribo este artículo como historiador nazareno que soy y como el más ínfimo aprendiz de teólogo, pues doctores tiene la Santa Madre Iglesia, sean sacerdotes o seglares, religiosas o seglares. 

Y, yo, le tengo devoción a todos los santos sin excepción y a ellos me apego y, procuro, más con fallos que con aciertos, imitar en su santa y gloriosa vida. Y hoy, 9 de enero, es el día de San Eulogio de Córdoba, natural de la ciudad de los califas, arzobispo de la primada de Toledo, perseguido en la persecución del emir Muhammad I. No voy a decir que este santo mártir, testigo insigne de Cristo, no murió ignominiosamente y que se mereció tan trágica y deplorable muerte pero, ciertamente y verdaderamente, fue osado y más que osado temerario por meterse con Alá -que es el Yahwéh Sabaoth de los hebreos, el Señor de los Ejércitos celestiales y angelicales de esos ángeles, que la tradición hace de ambos sexos y que yo tanto quiero y el Dios de todos los cristianos, en sus diversas confesiones-. Además los mártires mozárabes en muchas ocasiones se metían con el profeta. Admirable es la fe de los mozárabes y fueron injustamente perseguidos pero, lo que es una verdad como un templo, es que ellos, movidos por su celo, procuraron su glorioso martirio.

Pero, ya he dicho que hoy, en este sencillo artículo, hablaré de la Cabalgata de  Reyes de esta ciudad de las dos hermanas, sean María y Ana, Elvira y Estefanía o Teodora y Ángeles y de su hermano, padre o tío Gonzalo o Gome Nazareno. Mas, primeramente quiero decir unas palabras sobre la Cabalgata de Reyes de Sevilla. Dicen que las comparaciones son odiosas pero a mí me gusta comparar para centrar mejor el asunto. Por tanto, creo que yo seré odioso. No me importa, aunque me gusta, como a todo hijo de vecino, la aquiescencia de los hombres, sólo me importa en el fondo lo que piense Dios y su Madre Santísima. Yo respondo ante el confesor pero, sin ser, por supuesto protestante, sobre todo ante mi conciencia, que es muy delicada y para mí  muy peligrosa. Pues bien, la cabalgata de Sevilla, la capital de nuestro reino, de nuestra archidiócesis, de nuestra región y de nuestra provincia, fue muy bella e impresionante. La contemple en la puerta de Carmona –ese Lucero de Europa del que vienen parte de mis antepasados-  junto a mis amigos, el matrimonio formado por Rafael Álvarez Sousa y Esperanza Cruz Villalón. Yo la vi muy bonita, esplendorosa, enormemente hermosa y con muchos detalles que destacar entre ellos las carrozas y la bonhomía y generosidad de los Reyes Magos de Oriente. Además, los beduinos eran beduinos de verdad, más saudíes que españoles, no como los de Dos Hermanas, interesantísimos aunque no tan bellos como los sevillanos, y que son una mezcla de persas, kikuyus y turcos, con un punto de crows, creeks y jíbaros. Vamos que son, desde hace muchos años, un batiburrillo de pueblos asiáticos, africanos y americanos. Lo que menos eran es europeos u oceánicos aunque si tenían una pinta y una pizca de maoríes. Pero, vamos, y lo digo con claridad meridiana yo prefiero, por motivos eminentemente históricos y antropológicos a los beduinos de Sevilla, aún gustándome mucho los nazarenos. 

Ahora bien, tengo que decir que la cabalgata fue una muestra del poder de los Santos Reyes, que la tradición llama Melchor, Gaspar y Baltasar y, cuyos restos reposan según también la tradición en la catedral de Colonia, ciudad episcopal cuyo arzobispo junto a los de Maguncia y Tréveris, era príncipe elector del Sacro Imperio Romano Germánico. Y no menciono los otros príncipes, a mi pesar, porque no quiero que este artículo se convierta en una carrera de erudición conmigo mismo. 

Ahora bien, los Reyes Magos fueron a adorar a Jesús, ese Niño necesitado que nació en un pesebre, y su fiesta se considera la Epifanía o Manifestación de Dios a los gentiles, esos muchos pueblos que no formaban parte del Pueblo Elegido, ese Israel veterotestamentario que, en primer lugar –antes que otros- escogió el Señor de los Ejércitos para Él. Y hay que decir que mientras el Apóstol Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, tenía prevención hacia los cristianos procedentes de la gentilidad, el Apóstol Pablo, apóstol de los gentiles, los trató con liberalidad y manga ancha dándoles vara alta, la que se merecían, en la Iglesia primitiva, que no sólo era patrimonio de los judíos.                         

¿Qué más decir? Creo que debo descender a la literalidad de la cabalgata, a su aspecto más sencillo. Los tres Reyes pasearon su poderío, su tronío y su porte por las calles nazarenas. La Estrella alumbró a los Santos Magos y el Cartero Real fue heraldo de sus Venerables Majestades. Mas después, lo más significativo y lo que hace más bello el cortejo nazareno, que no es el cortejo a una gachí como todos comprenderán, es la originalidad de la cabalgata y sus numerosas carrozas. Empezaba por la Banda de Música que lleva el nombre de nuestra celestial patrona, seguía la carroza de la indispensable Estrella de la Ilusión, fenómeno cósmico que se alió con el acontecimiento terrestre, humano y divino, del nacimiento del Verbo Encarnado. Iba después la de la Epifanía, la manifestación del Divino Salvador y Redentor a los hombres, luego la carroza de la Leyenda de las dos hermanas, relato legendario y a la vez histórico y, sobre todo, místico. A continuación la carroza de la villa, antes lugarejo y hoy ciudad, con sus haciendas y miradores, lugares donde floreció la santidad de este pueblo religioso  y elegido, tanto o más que en el resto de la villa. Luego siguió la Banda de Presentación al Pueblo, de la presentación de ese Jesús humillado, más Hombre que Dios en esos aciagos momentos, al pueblo judío por Poncio Pilatos. Después advino el alegre y elegante Cartero Real. Luego siguió la de la Fuente de los Jardines, de esa agua que es bálsamo de las heridas, fuente que se encuentra en la que llamado nuestra ágora, con palabra eminentemente pagana, y  que es para mí, no sé para los otros, la plaza más bella de la provincia junto con la del Salón de la simpar y cristianísima Écija. Después, iba la carroza de las aceituneras, esas mujeres que tanta gloria han dado a Dos Hermanas. Seguidamente iba la de la Alquería, que antes fue boscoso y nemoroso jardín y hoy es alegre parque, residencia que fue de Antonia Díaz y José Lamarque de Novoa, carroza que era también de la Laguna del Fuente de Rey, de ese Santo Rey Fernando III de Castilla y León, del que la coplilla decía de su primo San Luis IX de Francia: “San Luis de Francia es el que pudo con Dios tanto que logró llegar a santo sin dejar de ser francés” pues antes llegó a la gloria de los altares el francés que el español. Y representaba la carroza un lugar natural hermosísimo y bello donde la parte más sensata de la creación, que son los animales y plantas, viven de manera subyugante. Luego desfilaban los pajes del Rey Melchor. Seguían los beduinos del mismo monarca.  Aparecía después la Banda de Cornetas y Tambores Entre Azahares, que a mí me recuerdan el olor a zamboas y a limones que exhalaba el cuerpo de Santa Teresa de Jesús, como se encargó de decir el hortelano de su monasterio de la Anunciación de Alba de Tormes. Y puede que sea una apreciación muy rebuscada. Lo reconozco. Luego venía el trono del anciano y sabio Melchor. Continuaba la carroza de las vidrieras de la Casa Alpériz, desde donde se derramó la caridad de Manuel Alpériz Bustamante y su esposa Juana González aunque también tuvieron sus fallos. Como todo hijo de vecino. Seguía la carroza de Dos Hermanas en romería, dedicada a las romerías de nuestra protectora y patrona de nuestro Excelentísimo Ayuntamiento Santa María de Valme y de la hermosa Mujer del Apocalipsis y celestial patrona de Almonte, Santa María del Rocío. Para mi gusto, faltaba la  Romería de Santa María de los Ángeles de Montequinto y la de San Isidro Labrador, el humilde marido de Santa María de la Cabeza, y que festejan los palaciegos en predios de Dos Hermanas. En decimotercer lugar, y es el número de la mala suerte porque significa el Más Hermoso de entre los Hombres entregado vilmente por el desgraciado y digno de compasión Judas a la ira de los hombres y a sus apóstoles, iba la Carroza de la Ciudad de la Música, arte insigne de la musa  Euterpe, que tiene una gran implantación en nuestra querida y favorita ciudad. Venían luego los pajes del Rey Gaspar, que por su juventud sería osado e idealista. Seguían los muy exóticos beduinos del mismo soberano, en esta cabalgata de soberanos donde el verdadero único Soberano es Cristo. Continuaban, los voluntarios que trabajaban en el exorno de las carrozas y en la cabalgata junto a los personajes con la delegada de Cultura y Fiestas, la eficiente y para mi tan querida Rosario Sánchez Jiménez, hija de Rosario Jiménez, una de las grandes amigas de mi madre. Venía después la Agrupación Musical Nuestra Señora de la Estrella, que recuerda a la Virgen de tan alegre y conmovedora advocación. Seguía el trono del mismo Gaspar que, aparte de osado e idealista, fue más que osado valiente por adorar a Dios Niño y que por un ángel supo la amenaza de Herodes el Grande de matarlo. Pero, venía, seguidamente, la carroza dedicada a nuestra simpar Feria de Mayo, la de los buenos caballos, los elegantes hijos e hijas del pueblo y las casetas de entrada libre. De esto último, tienen que aprender otras ferias de otros muchos lugares. Luego, asombraba la carreta de los Deportes y, muy particularmente me gustaba a mí que soy amante de tantos deportes, empezando por el polo y la hípica y terminando por el lacrosse, -el cual era llamado por los indios onondagas, una de las seis tribus de la confederación iroquesa, dehuntshigwa’es- la natación y el waterpolo. Y Dos Hermanas es una ciudad eminentemente deportiva, de lo cual me alegro, que ha dado muchos hijos insignes en este mundo. Aparece, a continuación, la carroza “Una ciudad para vivir”, lo que, sin duda, es la acogedora y cosmopolita, sin dejar de ser un pueblo, Dos Hermanas. Continuaban los pajes y beduinos del Negro Rey Baltasar. Seguía la Agrupación Musical de Nuestra Señora de Valme, esplendorosa, insigne y ante todo maternal Madre de los nazarenos y cuyo gracioso Hijo tiene y, forma parte de su encanto, los ojos extraviados como el Pardal de Écija. Y, el Rey Baltasar, para mi representa el sabio monarca de los más desfavorecidos, que son, en este caso los negros. 

Y bien, en fin, debo acabar y sólo me resta decir que ante el esplendor de la cabalgata, valioso tributo al Rey de Reyes y su Bendita Madre, María Santísima Nuestra Señora, palidecen fallos como lo lenta que iba. 

Ciertamente no se dejan notar estas faltas ante este homenaje nazareno al Señor de los Señores. Laus Deo.

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