La romería de Valme de 1939

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romería de Valme
Entre los boyeros, el párroco Manuel García Martín.

Cuando las calles de Dos Hermanas aún olían a pólvora

La tierra aún se observa removida en el cementerio. A los cadáveres de los fusilados no les ha dado tiempo a descomponerse. Todavía alguna joven nazarena suspira por aquel soldado italiano que se marchó con sus besos y sus promesas en medio de la guerra. El olor a pólvora y a muerte todavía se puede aspirar en las ropas de los que regresaron con vida del frente. El hambre acecha.

Sin embargo hoy, 22 de octubre de 1939, en el paraje de Barranco, a tres kilómetros de donde reposan los muertos sin sepultura, desfila una alegre comitiva de varios miles de personas. ¿A qué se debe este entusiasmo? 

Los balcones de Dos Hermanas han amanecido engalanados. De los arcones han sido desempolvados mantones, trajes, abalorios que no veían la luz desde 1935. A las seis de la mañana, a pesar de los negros nubarrones que amenazaban lluvia, ya no cabía nadie en la parroquia, recién reconstruida tras el incendio. En la misa de romeros todavía olía a pintura.

Muchos lo hacen por verdadera fe, como las 60 mujeres, la mayoría descalzas, que portan velas encendidas tras la carreta. Otros quizá lo que celebren sea la vuelta a la normalidad, el fin de los tiros, de la incertidumbre. La emoción es dificil de contener. Un clamor se alzó al cielo, a las nueve y media, cuando la Virgen de Valme fue colocada en su carreta de flores blancas. Los dos boyeros, vestidos con botines, calzón corto y sombrero calañés, arrearon a la yunta. Se escucharon relinchos y tambores. Abrían paso la escuadra de guardias rurales de Dos Hermanas y la banda de trompetas del regimiento de Caballería. 

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Las hermanas Dolores, Rosarito y Luisa Rodríguez Martín ataviadas para la peregrinación.
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Pepe Rodríguez y Remedios Vázquez a caballo camino de Cuarto.

Chaparrones de octubre

Pasada la Venta de Las Palmas arreció la lluvia. No hubo desbandada. A las pistolas sí hay que temerlas, mas no al agua. Tras una espera de cuatro años, un chaparrón no va a desmerecer este momento histórico. Desde el interior de las 22 carretas no cesaron las sevillanas ni las muestras de fervor a Valme. Mediada la tarde, ya en la ermita, se cerraron los paraguas. Nunca los jóvenes bailaron con tanto entusiasmo entre los charcos y el barro. Al regreso, los que no fueron a Cuarto esperaban en la carretera. La plaza de José Antonio estaba abarrotada. La animación era aún mayor que en la salida. Las campanas desbocadas de Santa María Magdalena parecían expresar el júbilo de los corazones allí congregados.

En la Cruz de los Caídos se detuvo a la Virgen para rezarle una oración. El  alcalde, Diego de la Rosa, pronunció unas sentidas palabras en recuerdo a los que murieron por España. En ese momento apareció en la plaza la primera bengala, a la que siguió otra y otra hasta que la Virgen pareció avanzar por un camino de estrellas. Enronquecieron las gargantas vitoreando a la Virgen de Valme hasta su entrada. La próxima será la de 1940. Hasta entonces, quedan 364 días de posguerra, suspiros y esperanza. 

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