Manolito Castro, ‘El Niño de la Cosaria’: un despacho en el poyete de su casa

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El Niño de la Cosaria
Manolito en la puerta de su casa en calle Rivas, con los balcones engalanados con mantones para la Romería de Valme.

A diario va a Sevilla en tren, no tiene coche, por eso su oficio es tan específico: localiza esas cosas menudas que nadie encuentra

En sus documentos pone “de oficio, jornalero”, pero él solo conoce uno: el de cosario. Cosaria fue su madre, Patrocinio Caro, por eso a él siempre le han conocido como “El Niño de la Cosaria”. Acompañaba a su madre en sus recados, y al fallecer esta en 1967, Manolito continuó con el negocio.

El Niño de la Cosaria
Manolito Castro, ‘El Niño de la Cosaria’

Con dos bolsos de esparto ya está plantado hoy a las ocho de la mañana, como cada día, en los andenes del tren, en El Arenal. Le acompañan sus dos perros, que esperarán a su dueño en los alrededores de la estación hasta que regrese de Sevilla, a eso de la una. No tiene vehículo, por eso su oficio es tan específico: es el cosario de las cosas menudas. Hoy Manolito tiene varios encargos, a ver cómo los soluciona. Sus clientes confían en él; es capaz de encontrar lo que la gente se ha hartado de buscar sin éxito en tiendas señeras del pueblo, como la de Alvarito o Mariquita Los Calientes: productos de quincalla, una muestra de tela de flamenca, el botón que se perdió de un traje, una tira bordada color verde limón, un sombrero, alhucema para la copa, pimentón, una bobina de hilo de un color que nadie tiene. Se palpa el bolsillo para comprobar que lleva las muestras de hilo y tela y allá que se monta en el tren destino Sevilla, haciendo un recorrido mental por todos los sitios a los que debe ir: primero a Siete Puertas, en Puente y Pellón; después hará un recado en La Alfalfa (tiene encomendado recoger unas gafas graduadas) y al final tirará para Almacenes Velasco, en calle Francos; allí le tratan bien y suele encontrar lo que busca en productos de mercería.

El Niño de la Cosaria
Patrocinio Caro “La Cosaria”, en 1950.

La merluza de Pepe Fleta

Cuando por fin regresa con las bolsas llenas, su paseo hasta su casa en calle Rivas no es silencioso. Rezuma una gracia innata, un arte fuera de lo normal. Se detiene con uno y con otro, todos le preguntan algo. “¿Este año vas al Rocío, Manolito?”. Dice que ya verá, pero le agrada la pregunta. Es el hermano más antiguo de la hermandad, su madre fue una de las fundadoras en 1933 y todo se fraguó en la misma casa donde vive. Así que se siente muy orgulloso de ese vínculo con la Hermandad del Rocío, y también de que todos les vecinos le aprecien. Tanto es así que, al llegar a casa, escucha desde la otra esquina: “¡Manolitooooo! Pásate por la comidaaa!” .

Es Pepe el Fleta, que hoy ha comprado pescado fresco en la plaza y, tirando de sus conocimientos de sus tiempos de cocinero, ha hecho una sabrosa merluza en salsa verde que se huele desde el Catalino. Siempre reserva un plato para Manolito, que va a recogerlo, y de paso le deja a Rafael el Ratón un “ABC” que se ha traído de Sevilla. “Toma, y unas quinielas del fútbol, a ver si te toca la de 14”, le dice al Ratón. Come en su casa, donde no hay cocina, y se asoma al patio, donde en un lebrillo de barro le echa las sobras de la merluza a dos ratas orondas, a las que llama por sus nombres y alimenta a diario. Devuelve el plato a Pepe, se echa una siesta y a eso de las cinco reparte sus encargos por Dos Hermanas. “Dame dos duros”, contesta cuando le piden sus honorarios. Hoy ha ganado 200 pesetas. Ya veremos mañana.

El Niño de la Cosaria
Sentado en el poyete de casa, donde recibe los encargos.

Por la fresquita se sienta en el poyete con sus perros y ahí echa las horas, bromeando con el que pasa (hoy ha venido el de El Ocaso y ha tenido que pagar el último recibo), criticando a fulanita si se encarta y recibiendo nuevos encargos para mañana, que apunta en un papel. Si tiene duquelas o si se siente solo, o simplemente si es feliz, pocos lo saben. Por su actitud, parece no tener problemas. Pero a veces, cuando le tiran de la lengua, sí que cuenta recuerdos de juventud. “Lo mejor que he hecho en la vida es la mili. ¡Qué bien me lo pasé!”, dice. En 1936, con 24 años, le tocó ir a la guerra, donde recibió la Medalla de la Cruz Roja al Mérito Militar. “Batallón de Ametralladoras 217, Arenas de San Pedro (Ávila)”. A esa dirección le escribía las cartas su hermana Anita. Su identidad sexual nunca fue un problema en el cuartel, y como reza un certificado firmado por su comandante y que él guarda en un cajón, “…durante su permanencia en esta compañía ha observado una conducta intachable en cuantos servicios se le han encomendado. Y para que conste, expido este certificado el 19 de junio de 1939”.

Cae la noche. En su casa tampoco hay ducha. Se asea como puede con un balde y se da en la cara con alcohol ”porque es bueno para el cutis”. De sus amores (que algunos llaman clandestinos) nadie quiere saber ni escuchar. Hay quien dice que se aprovechan de él, que son el motivo de su ruina, de que no tenga prácticamente nada, de que viva al día. Pero así es Manolito, libre y genuino. Y así le quieren sus amigos.

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