“A mi padre lo fusilaron y sueño con el día que abran la fosa y darle digna sepultura”

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Paquita Gómez
Paquita Gómez Zambrano en el patio de su casa.

Paquita Gómez aún no había nacido cuando lo mataron. Con 86 años, ha donado su ADN para que algún día le entreguen sus restos

El día que se abra la fosa de los fusilados en Dos Hermanas en 1936 y le entreguen los huesos de su padre, dice Paquita Gómez que  podrá morirse tranquila. Con 86 años, es la única superviviente de su familia. Su madre y sus seis hermanas ya se fueron de este mundo con la pena de no saber dónde reposaban los restos de Juan de Dios Gómez Muñoz. Ella aún conserva la esperanza de encontrarlos.

¿Qué recuerdas de tu padre ?

A mi padre no lo conocí, porque cuando lo mataron yo estaba en el vientre de mi madre. A él lo fusilaron el 5 de agosto de 1936 y yo nací en marzo de 1937. De él siempre me contaron que era una persona maravillosa y que nunca hizo daño a nadie. Al contrario. Era muy querido en Lebrija, aunque supongo que habría quien le tuviera envidia. Era hijo del sacristán, era concejal republicano y, además de tener una zapatería propia, era un virtuoso de la música. Tocaba el saxofón y el acordeón en la Banda de Música de Lebrija.

¿Qué pasó en julio de 1936?

Lo detuvieron cuando estaba en casa de sus padres, en el campo. Estuvo unos días en la cárcel de Lebrija hasta que una noche se lo llevaron en un camión y nunca se supo nada más de él.

¿Qué es ese papel que tienes?

Es una nota escrita a lápiz que mi padre le hizo llegar a mi madre desde la cárcel. En ella le decía a mi madre que se pasara a cobrar a quienes le debían dinero por haberle fiado los zapatos, aunque por supuesto nadie le pagó nunca. Estaba muy angustiado por sus seis hijas. De hecho, me han dicho que sus últimas palabras fueron: “¡No matadme! ¡Hacedlo por mis hijas!”

¿Tu madre, Juana, nunca supo qué pasó con él? 

No en aquellos años. Lo que sí sabíamos es que los que le conocían en Lebrija no se atrevían a matarlo y que se lo llevaron a otro pueblo. Mi madre pensaba que lo habían fusilado en Los Palacios, pero mucho después nos enteramos de que fue aquí en Barranco. Yo sé el nombre de los dos que lo mataron, y que posiblemente mi padre sea una de las 372 personas que están en la fosa común del cementerio de Dos Hermanas. Por eso me he sometido a la prueba del ADN. Me sacaron saliva con un bastoncillo para cotejarlo con los huesos de mi padre el día en que se abra la fosa.

¿Qué desearías que se hiciera si ya no vives cuando eso se compruebe?

Mi deseo es que metan los huesos de mi padre y los míos con los de mi madre, que curiosamente está enterrada a solo cien metros de la fosa. Ella tuvo esa herida abierta toda la vida. Cuando yo era pequeña la recuerdo como un valle de lágrimas, siempre vestida de negro, con el velo puesto. Jamás la vi con una prenda de color. Decía que yo era la viva estampa de mi padre. Y curiosamente fue enterrada en 1982 muy cerca de su marido sin que entonces supiéramos que él estaba ahí.

Lo curioso es que, siendo de Lebrija, os viniérais a Dos Hermanas al desaparecer tu padre. Fue una casualidad que os trasladaseis al pueblo donde lo acababan de matar, ¿no?

Claro. Mi madre, con siete hijas que mantener, se vino aquí en busca de trabajo. Mis dos hermanas mayores comenzaron a trabajar en la fábrica de yute y nos metimos las siete en casa de una prima de mi madre en la calle Pachico. Ellos eran tres, así que estábamos once en la misma casa. De allí nos fuimos a dos habitaciones arrendadas en el barrio de San José.

¿Cómo fue tu infancia? 

Al ser la más pequeñita, todas me cuidaban. Decían: “¡Qué lástima de mi Paquita, con el hambre que tiene no tiene ni ganas de jugar!” Mi madre me apuntó al colegio de La Almona, pero cuando le dije que en el patio me hacían levantar el brazo y cantar el “Cara al Sol”, me sacó y me metió con las monjas en Santa Ana. Recuerdo que allí en el barrio San José nos íbamos a casa de Pepito Cristóbal, que tenía un picú, y me ponía a bailar con las tías y la abuela de Melody, la cantante. También recuerdo haber ido muchos años al Valme en la galera de las Rueda.

¿También te tocó trabajar desde muy joven? 

Con 10 años ya estaba recogiendo aceitunas del suelo en Carbonell. Con el tiempo pasé a rellenadora. En el almacén de Arturo Cert, que estaba en la calle San Hermenegildo, estuve 16 años metiendo anchoas en las aceitunas y poniéndoles un tapín. En Navidad trabajaba hasta de noche, de tantos pedidos que hacían los americanos. Cuando ese almacén lo trasladaron a La Pólvora, iba andando hasta allí desde las Casas Baratas. Entonces sí que hacía calor, no había ni ventiladores en las casas. ¡Ah, se me olvidaba! También trabajé ocho años en el almacén de Cabezuelo.

¿Cómo te trató el amor? 

Mal al principio y bien al final. Con 25 años me casé con José Varela, uno de los “Primitos”, y me tuve que separar de él a los tres años, porque le perdía la bebida. En esos tres años tuve tres hijos, pero el primero y el tercero murieron pequeñitos. Solo me queda el segundo, al que le puse Juan de Dios, como a mi padre.

No debió ser fácil tu vida siendo una mujer separada en aquella Dos Hermanas de 1965…

Pues no. Tuve mis pretendientes, no te creas, pero yo no quería a nadie. Pero 35 años después de separarme, me casé en segundas nupcias y con este señor sí tuve un feliz matrimonio. Ahora soy viuda.

Paquita, después de tu terrible infancia, ¿puedes decir que has sido feliz?

Pues sí, lo he intentado, a pesar de las penurias. No ha habido otra manera para sobrevivir. Soy la última de la familia que queda viva y me emociono al pensar en el sufrimiento de mi madre y mis hermanas. Ojalá se cumpla la Ley de Memoria Histórica, encuentren a mi padre y que yo pueda darle el entierro digno que mi familia no tuvo ocasión.

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