El viaje al pasado de Anita Marín o cómo regresó al cortijo donde nació

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Anita Marín
Ana Marín Guerrero nació el 6 de julio de 1922 en el Cortijo Bujambra, el mismo que, ahora en ruinas, señala desde la distancia.

Al cumplir 100 años dijo que no quería morirse sin volver a ver los lugares de su infancia. Su sonrisa fue el mejor regalo para los que la llevamos

Una lluvia de arroz y un “vivan los novios” aderezan el momento más feliz de este día para la centenaria Anita Marín. Buscando el lugar donde fue bautizada en 1922, ha entrado con su andador en la iglesia de Arriate (Málaga), donde casualmente se está celebrando una boda. A una mujer con pamela color fucsia le ha preguntado: “Niña, ¿tú conoces a alguien de Los Flojos?”. Y la mujer, al escuchar el mote,  ha venido enseguida acompañada de otra, que se llama Censi, y que dice ser hija de Ascensión “La Floja”. Un rayo de luz ilumina la cara de Ana y le dice a Censi, agarrándola del brazo: “¡Tu madre era mi prima, así que tú eres familia mía!”

Anita Marín
Ana habla con la asistente a una boda, que ha resultado ser hija de una prima suya.

Lo que viene después, mientras salen los novios y le salpican los granos de arroz, es una retahíla de nombres y preguntas: “¿Y mi primo Pedro? ¿Murió?”. “¿Y su hermano, el que era sillero?” “Ese se fue a Cataluña”. El semblante de Ana no se enturbia al saber que sus 54 primos hermanos están muertos. Ya imaginaba  que era la única superviviente de aquellos niños que andurreaban hace 95 años por las callejuelas de Arriate. Al contrario. Se siente feliz por haber encontrado a gente de su sangre, y por haber tocado, a un lateral del altar, la pila bautismal donde sus padres, Salvador y María, la hicieron cristiana hace cien años. “Por parte de madre nos conocían por el mote de Los Mentiros, y por parte de padre somos Los Flojos, porque mi abuelo no quería ir al colegio y era siempre el último en llegar”, explica.

El cortijo Bujambra

A las nueve de la mañana salimos de Dos Hermanas. La acompaña, en los asientos traseros, su amiga Dolores. Conduce su hijo Julio, y yo voy de copiloto.  “¿Estás nerviosa, Ana?” “No”, contesta. Pero es una pose. Su no es un sí. Cuando la entrevisté al cumplir cien años, me dijo que, antes de morirse, quería que alguien la llevase al Cortijo Bujambra, el lugar en el que transcurrió su infancia y al que nunca regresó. Así que, antes de visitar Ronda la Vieja y Arriate, los pueblos de su infancia, pasamos por Montecorto. “¡Mira, el peñón de Zarramagón!”, dice Ana, reconociendo el paisaje. 

El GPS nos desvía por un carril . Tras un par de kilómetros por fin se ve, al final de un camino, el cortijo en ruinas. Por el mal estado del carril, dañado por la lluvia, el acceso es imposible. Un señor que cría cabras y que está dando de comer a unas gallinas, llamado Sebastián, nos dice que hubo un incendio, que al cortijo se le derrumbaron los tejados, y que está abandonado. Ana escudriña el horizonte buscando entre las ruinas a sus padres y a sus hermanos. “Aquí nací yo, aquí me parió mi madre. Mi padre tenía aquí unas tierras”, dice. Poco más recuerda. A los cinco años abandonó este lugar.  “¿No me vas a hacer una foto con el cortijo, David?”. Le hago fotos y partimos hacia Arriate. Ana observa el paisaje, intentando encontrar su pasado en sepia: “Antes no había carreteras, había vereas”, dice. El oficio de su padre les llevó de aquí a Pruna y a Morón. Finalmente, tras morir su padre,  con 12 años Ana llegó con su madre y sus cinco hermanos a Dos Hermanas, donde transcurrió el resto de su vida. Tras el encuentro con la hija de su prima y el almuerzo en una venta, regresamos. Ana me pregunta si me ha gustado su pueblo. Le contesto que mucho y, más que con su pregunta, es con sus ojos, y su sonrisa, con los que nos agradece haber hecho realidad su último sueño. Esa noche Ana, al cerrar los ojos, soñó que tenía cinco años y vivía en un cortijo…

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