La primera peluquería para señoras de Dos Hermanas se convierte en un éxito

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Cristina García
Cristina García.

 1957 

Las nazarenas, que se han sumado a la última moda de los rizos, llenan el local de Cristina García, abierto en 1941

La Semana Santa se aproxima y el flujo de clientas en la peluquería de Cristina García va en aumento. Hoy le duelen todos los dedos; también las muñecas. La última clienta se ha marchado a las 12 de la noche. Ha barrido el suelo, ha guardado el pelo (que después venderá al peso) y ha sido su marido, Luis, el que ha dado de cenar a los niños y los ha acostado.

Esta tarde mandó aviso al “Niño de la Cosaria” para hacerle un encargo cuando vaya a Sevilla. Quiere que el muchacho le traiga más bigudíes de madera. Y es que las señoras y señoritas de Dos Hermanas, definitivamente, se han apuntado a la moda de la “permanente”.

El glamour de Rita Hayworth

Sus clientas solo le piden rizos y más rizos. Quieren estar bellas, ir con los tiempos. Ninguna desea quedarse atrás en las últimas tendencias en cuanto a peinados. Y en eso, Hollywood marca las pautas. Todas quieren tener los rizos flotantes de Verónica Lake en “Me casé con una bruja” o las glamurosas ondulaciones con las que Rita Hayworth vuelve loco a los hombres en “Gilda”. Así que Cristina les da gusto. Nunca dice que no a ninguna fantasía de sus clientas, y así como en los primeros años de su peluquería le pedían el cabello corto, a lo “garçon”, aquella moda francesa de los 30 fue quedando atrás y ahora el último grito son las ondulaciones: aportan un refinado movimiento a la mujer moderna de los años 50.

Un sueño hecho realidad

Antes de casarse ya soñaba con montar una peluquería, al estilo de las de Sevilla. Hasta ese momento, el corte de pelo en Dos Hermanas era solo una prerrogativa masculina. Barberías para caballeros había varias, pero si alguna señora precisaba un arreglo para una boda o cualquier otro evento, tenía que ir a la capital (si era pudiente) o hacérselo ella misma, si su economía era más humilde. Así que, cuando en 1941 abrió la peluquería se convirtió en un éxito inmediato. Ha tenido tres y las tres en la misma acera de la calle Botica. La primera en el nº 13, después pasó al 25 y por último al 17, cuando se fue a vivir con su madre. Cuando el matrimonio se ha mudado de casa, la primera habitación de la derecha siempre se ha reservado para la peluquería de Cristina. Allí se colocaba el secador de pie (donde fijaban el peinado a sus clientas), el lavadero de cabeza de metal y las sillas para la espera. A falta de revistas, allí se pasaba el tiempo con buena conversación.

Cristina también trabaja a domicilio, aunque solo con clientas especiales. La princesa María de los Dolores de Borbón, que suele veranear en Dos Hermanas, le manda todas las semanas de julio y agosto un coche de caballos para que ella vaya a su palacete de la Huerta del Carmen y la peine. También una clienta especial es Encarnita García: solo quiere que la peine Cristina y no ha dejado de venir nunca desde que la peluquería abrió. Clientas así de fieles son de agradecer.

La princesa Dolores la manda recoger en un coche de caballos para que la peine en su palacete

El trabajo no solo permite a Cristina trabajar en lo que le gusta. También puede pagar así el colegio de los niños, que estudian en La Sagrada Familia. Pero está deseando que pasen estas fechas de tanto ajetreo para dedicarse a esas otras cosas que también le apasionan: la costura, el cine, arreglarse y pasear con su marido por el Arenal, bailar o cocinar. A sus hijos les encanta que les haga el puchero a la manera que aprendió de su abuela, que era catalana: con un albondigón de carne picada y cebolla envuelto en una tela.

Es la una. Por fin se ha metido en la cama. Ha oído decir que en la calle Real van a abrir otra peluquería de señoras. Se pregunta, antes de caer vencida por el sueño, si su negocio podrá resistir la competencia o, quién sabe, si va siendo hora de dar el relevo. El tiempo lo dirá. Mañana le espera otro largo día de peluquería…

El flechazo con Luis Plaza surgió… en un autobús

Corría 1937. Cuatro años antes, sobre 1933, su padre montó en Dos Hermanas una empresa de portes de camiones. Aunque a la joven y sevillanísima Cristina García Fernández, de 20 años, nunca le hizo excesiva gracia que sus padres (José, sevillano, e Isabel, catalana hija de emigrantes andaluces) hubieran dejado la Avenida de Miraflores de Sevilla para venirse a vivir a Dos Hermanas, el destino la compensó con el entregado amor de un apuesto nazareno.

Cristina GarcíaCada día, siempre con el tiempo justo, corría calle Botica abajo, dirección El Arenal, para no perder el “amarillo” que la llevara a Sevilla, donde trabajaba en una peluquería de la calle Feria. El chófer del autobús, que ya conocía sus horarios, retrasaba algo la salida si la niña venía tarde: “Vamos a esperar un minuto a la peluquera”, decía a los demás pasajeros para justificar el pequeño retraso, buscándola con la mirada en la embocadura de calle Botica. Como era tan presumida y siempre iba muy arreglada, Cristina no tomaba asiento con tal de no arrugarse la falda.

El mismo transporte y horario usaban siempre los hermanos Luis y José María Plaza, que se desplazaban a diario a las oficinas de Ybarra en Sevilla. Aunque José María era más extrovertido, ella puso sus ojos (y después el corazón) en Luis, el que hablaba menos de los dos. En el autobús surgió, pues, un noviazgo que les llevó, cuatro años después, al altar de Santa María Magdalena. El matrimonio tuvo seis hijos: Maribel, Cristina, Antonio, Esperanza, Luis y Macarena. En la foto, los dos enamorados paseando por las vías del tren, cerca del almacén del Arsenal.

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