Ángel Arias : “En la colonia de Los Merinales solo se fusiló a dos presos”

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Ángel Arias
Ángel Arias en su domicilio con el periodista David Hidalgo en el transcurso de esta entrevista.

Entrevistamos a la última persona viva, con 100 años, que conoció el campo de concentración de Dos Hermanas

Supone una oportunidad única para un periodista poder entrevistar a Ángel Arias, una persona que cumplió, el pasado 2 de octubre, cien años. Más aún si se trata del último superviviente de la Colonia Penitenciaria de Los Merinales. Hoy es un descampado situado en la margen izquierda de la antigua autovía, entre La Motilla y Bellavista. Entre 1940 y 1962, fue un horror en forma de jaula para miles de presos republicanos; para otros, como Angel Arias Mijares, aquel lugar supuso su medio de vida, ya que trabajó como chófer del director.
La vida de este centenario nacido en Arenas de San Pedro (Ávila), con una memoria portentosa, daría para un libro. Hoy nos centramos sólo en escuchar sus recuerdos sobre aquel tenebroso lugar (para él no tanto), unido para siempre a la historia reciente de Dos Hermanas.

Ángel Arias
Nuestro protagonista cuando era chofer del director de la Colonia de Los Merinales.

¿Cuando llega a Dos Hermanas?
En enero de 1940. La mayoría de las casas tenía los tejados de paja y sólo había dos o tres coches en el pueblo. Al terminar la guerra, Franco mandó crear Colonias Penitenciarias por toda España, una de ellas en Dos Hermanas. Como había pocos chóferes militares y yo me había sacado el carnet durante la guerra, me mandaron a mí con el teniente coronel Ezequiel Román. Pero ese duró poco tiempo.

¿Por qué? ¿Qué le pasó?
Era demasiado buena persona, muy humano; y eso le costó el puesto. Una noche de lluvia, un preso se puso muy enfermo y él no dudó en dejarle su cama para que estuviera más cómodo. Rápidamente lo trasladaron. La mayor parte de mi vida estuve al servicio del teniente coronel Tomás Valiente, el director de Los Merinales. Fue mi jefe, mi amigo y mi padre hasta el final de sus días. Lo llevaba a todos lados, también de cacería, en un Ford 8 cilindros. Gracias a esta y otras circunstancias, nunca tuve que pegar ni un tiro. Tampoco en la guerra, y eso que estuve en los dos bandos.

Se llevó 40 días lloviendo, y en las tiendas de campaña teníamos que dormir con un velo en la cara para que no nos picaran los mosquitos

¿Trabajó usted en el campo de concentración desde sus inicios?
Yo lo llamaría mejor “campamento”, no campo de concentración. Y sí, vi incluso cómo se levantó. Yo mismo traje desde Palencia las lonas para las tiendas de campaña, que nos dieron soldados italianos y fueron instaladas en La Corchuela en un solo día. Se llevó cuarenta días lloviendo y hasta que no paró de llover no se trajeron a los presos, ya en el mes de febrero de 1940. Había miles. Recuerdo que dormíamos con un velo en la cara para que no nos picaran los mosquitos. Años más tarde se trasladó todo a Los Merinales. Los propios presos construyeron los barracones, algunos de madera y otros de obra. El día que se terminó, un preso que era valenciano cocinó una paella con gambas.

Los presos, ¿cómo iban vestidos?
Vestían como soldados. Los mismos italianos que me dieron las tiendas de campaña nos suministraron miles de uniformes, que se usaron para vestir a los presos políticos de la colonia. Por la mañana, los presos estaban al mando de los ingenieros del canal y del personal militar. Se les trataba como a un soldado más. Cuando terminaban la faena, volvían a los barracones y se hacían cargo de ellos los funcionarios de prisiones.

¿Cómo era el día a día dentro de la colonia?
De 9 a 6 iban a las obras del canal, que duró por lo menos 15 años. Iban andando o, si el lugar de trabajo estaba lejos, en tres camiones “HC” rusos que ellos mismos conducían, con un guardia civil al lado. Por la tarde, ya de vuelta, recibían la visita de los familiares, que les pasaban comida, aunque no se permitía que les dieran ropa. A las 10 era la hora de acostarse.

Ángel AriasÁngel Arias

Ángel Arias
Arriba, diversas escenas de las obras del Canal Bajo Guadalquivir en las que trabajaron los presos. En la imagen inferior los presos, uniformados como soldados italianos, arrodillados durante una misa.

Ángel Arias

¿Qué comían los presos?
Allí todos ejercían sus profesiones: barberos, mecánicos, chapistas, zapateros, carpinteros… y también los cocineros, que los había muy buenos. Ellos mismos se encargaban de la cocina. El desayuno consistía en café con leche y tostada; para almorzar, lo mismo que en cualquier cuartel: lentejas, garbanzos, carne, bacalao… y mucha pasta italiana. También había merienda. Cada vez que como lentejas hoy día me acuerdo de todo aquello como si fuera ayer.

¿Es cierto que había capilla, estanco y economato?
Sí. Y los domingos a las diez había misa, ya que había un cura militar, y también un médico que era capitán. Me gustaría aclarar que aquello no era un lugar donde se ejerciera la violencia. Allí no faltaba de nada: ni comida ni ropa. Había muy buen ambiente, nadie protestaba, nadie se sentía un esclavo. Aunque al final también trajeron a presos comunes, es cierto que la mayoría de los que allí estaban eran presos políticos, por el único motivo de tener ideas diferentes. Yo mismo hice grandes amigos, que después mantuve cuando fueron libres. Recuerdo que el mejor barbero de la colonia era Joaquín Torres, que venía a pelar a mis hijos a casa cuando salió de allí.

Me choca que me diga que había muy buen ambiente cuando se les obligaba a trabajar y se fusilaba a gente.
Que yo sepa, allí solo se llevó a cabo un fusilamiento. Fueron dos presos que cogieron de un grupo de fugados y estuvieron con los maquis en la sierra. Cuando los apresaron, y tras el juicio, la condena fue la pena de muerte y allí se les fusiló.

¿Usted presenció esa escena?
No, ese día no estaba.

¿Franco vino por aquí alguna vez?
No, nunca estuvo en la colonia que yo sepa, pero sí vino varias veces a ver cómo iban las obras del canal y las del pantano de la Torre del Águila. Yo encabezaba la caravana de coches abriéndole paso, ya que mi jefe, además de director de las colonias, era ingeniero.

Mencionó antes a los soldados italianos, aliados de Franco. ¿Conoció el destacamento que tuvieron en Dos Hermanas?
Sí, de hecho llegué a dormir alguna vez allí, en el almacén de aceitunas de “Los Lobillos”, aunque ya sin soldados. Recuerdo que algunos de aquellos italianos dejaron a muchachas de Dos Hermanas embarazadas y después se fueron.

La guerra fue un gran desastre que destrozó a miles de familias, entre ellas la mía. Yo tuve la suerte de no tener que pegar nunca un tiro

¿Qué conclusiones saca hoy, 80 años después, de la Guerra Civil que le tocó vivir?
Fue un gran desastre. Destrozó a miles de familias, entre ellas la mía. Dos hermanos míos murieron en el frente, sin tener siquiera ideas políticas. A otros los separó el exilio.

¿Cual es su secreto para haber llegado a los cien años?
Será genética, porque mis padres también murieron con esa edad. Yo he bebido, he fumado “caldo de gallina” (tabaco de liar), he pasado por todas las enfermedades e incluso estoy operado del estómago y de la cadera. Y, sin embargo, aquí estoy. Todos los días leo el ABC, veo la tele, sigo al Sevilla F.C. y rezo por mis seres queridos y también por mis enemigos, a los que perdono.

Ángel Arias se casó en 1949 con Lola Fortes (fallecida en 2002) y se instalaron en calle Quevedo. Fundaron aquí una gran familia que hoy cuenta con 5 hijos, 9 nietos y 10 bisnietos. Tras el cierre de la colonia, montó con otros dos socios una empresa de camiones, pero esa es otra historia que dejamos para otra ocasión. Dejamos a Ángel en su piso de La Motilla, y agradecemos a él y a su familia tanta amabilidad al recibirnos.

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